lunes, 2 de mayo de 2011

Un mes y diez días...

Qué rápido pasa el tiempo, con qué velocidad los minutos se vuelven horas y las horas se vuelven días. Con qué facilidad, como si nada, los días se amontonan en semanas y se quedan atrás, en forma de mes. Siempre me fascinó el tiempo, y tengo la certeza de que siempre seguirá haciéndolo.

Me lo imagino como una alfombra infinita, que avanza constante bajo mis pies, como una cinta caminadora. Una alfombra que tras de mí carga viejos estampados, pero que se vuelve blanca y ligera frente a mis ojos. Por esta alfombra puedo caminar sólo hacia delante, pero con la mente y el corazón, puedo hacerlo también hacia atrás.

Caminando hacia delante puedo pintar mi alfombra como yo quiera, colorearla en tonos pastel o emborronarla de negros y grises; en cambio, si lo hago hacia atrás, sólo puedo mirar y aprender, con lágrimas en los ojos o con una sonrisa de oreja a oreja.

Cuando camino hacia delante suelo tropezar, me caigo y me levanto, corro, salto de alegría, siento que vuelo y me deslizo casi sin esfuerzo,  o a veces me quedo quieta, clavada, estancada y viendo cómo mi alfombra sigue su ritmo, sin esperarme, sin tenerme en cuenta, pero siempre, siempre, a la misma velocidad y en el mismo lugar bajo mis pies.


Me gusta sentir cómo los latidos de mi corazón se mueven al ritmo de esa alfombra incansable. Me gusta sentir que avanzo, y que a mi espalda los colores se mezclan en armonía tejiendo un pasado de luces y sombras en las que reconocerme por muy lejos que esté.


Este mes y diez días sin actualizar mi blog, he querido correr demasiado deprisa, hacer un millón de cosas y adelantarme a algo que todavía no sé bien qué es. No os lo recomiendo. No hay prisa. Sólo tenéis que encontrar el ritmo de vuestra alfombra y caminar con él, un ritmo que os lleve hacia delante pero que a la vez os permita pasear y mirar, tanto a vuestro al rededor como hacia dentro de vosotros.


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