jueves, 1 de noviembre de 2012

Creo que a alguien se le olvidó explicarme algunas cosas sobre lo que suponía hacerse mayor.

A alguien se le olvidó decirme que cuando eres mayor no puedes saltar en los charcos ni chuparte los dedos después de comer. Que ya no puedes hacer pompas en el cola cao y ni siquiera bebértelo con pajita.
Tampoco me dijeron que cuando creces tienes que vaciar tu mochila de cromos y juguetes para llenarla de obligaciones y responsabilidades. Y que pasas de sentir que la vida es un juego, a convertirte en un juguete más de la vida. 
Nadie me contó que se pierden tantas cosas en el camino, incluso pedazos de uno mismo. Vivimos mutilados, sí, pero ya es lo normal. Y quien se emociona con un amanecer, sueña despierto, camina descalzo, dice te quiero al vecino, cree en los finales felices, baila con los ojos cerrados o llora de alegría, está equivocado y tiene que hacerse mayor.
Nunca me dijeron que los mayores beben para escaparse en lugar de escaparse para beber. Ni que los abrazos se convierten en tres palmaditas en la espalda.
Nadie me habló de la muerte, ni del miedo a perder a quien amas. 
Jamás imaginé que el dinero sería el motor del mundo, ni que tendría que sacrificar mis sueños por poder pagar la vida mes a mes. Nunca la frase "hay que ganarse la vida" me había parecido tan triste como hoy.

Cuando era pequeña pensaba que todo era posible, que colorearía mi vida igual que coloreaba mis dibujos. Nadie me dijo que algunas veces ni siquiera podría escoger los colores.
Esa pequeña vive en mí, acurrucada y hecha un ovillo en un rincón. Siempre tiene los ojos llorosos y una medio sonrisa conforme. Me mira, desde lejos, despeinada, con las manos sucias y la boca llena de chocolate. Siento que está asustada, y que ya a penas me reconoce. Si ella supiera cuánto la echo de menos...


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