miércoles, 29 de enero de 2014

En busca de tu niña interior.

Buenos días, Princesa.
Hoy he vuelto a soñar conmigo. Con la niña que fui. No me pasa muy a menudo, pero a veces aparece de repente en mis sueños.
Una vez nos vimos desde lejos y corrimos la una hacia la otra y nos abrazamos. En otra ocasión caminamos juntas de la mano, sólo recuerdo esa imagen, las dos, de espaldas, caminando a media luz hacia ninguna parte.
Esta vez, esta noche, sólo nos hemos mirado desde lejos, con una mezcla de tristeza y nostalgia que no sabría describir del todo bien. Y he despertado con ese sabor amargo en la boca y ese apretado nudo en la garganta.

Sé que no soy la única con estas sensaciones, sé que muchas de nosotras daríamos marcha atrás en el tiempo y volveríamos a llevar lazos rosas en el pelo, vestidos de princesa y zapatos de purpurina, una sonrisa permanente en la cara y una mirada transparente y limpia como el cristal. Volveríamos a cargar una muñeca con el pelo descuidado en una mano y una piruleta mordisqueada en forma de corazón en la otra. Y lo más sagrado e importante de nuestra vida, cabría en una caja de cartón bajo nuestra cama, nuestro baúl del tesoro.
Yo llamaba a mi baúl del tesoro "LA CAJA DE MIS SECRETOS", y recuerdo el valor tan tan inmenso que tenía cada una de las cosas que contenía: Un antiguo reloj de mano de mi abuelo, una moneda de Londres de un viaje de alguna de mis hermanas mayores, un recorte de un cuaderno donde el chico que me gustaba se me había "declarado" en 2º de EGB, una concha de la playa donde veraneábamos en familia antes de la separación de mis padres, un mechón de mi pelo envuelto en papel de periódico... ese tipo de cosas. Nada valía nada, todo el valor se lo había dado yo, y eran simplemente SAGRADAS. Cuando dejamos esa casa a mis 16 años, fue lo primero que traje conmigo al empezar mi nueva vida en Madrid. Y hace siglos que evito abrirla para evitar ese irremediable y doloroso viaje a mi infancia. Estoy trabajando conmigo misma para poder hacerlo pronto, sin que duela. Lo prometo.

He buscado entre las entradas antiguas de mi blog porque recordaba que hace tiempo escribí sobre ello. Y aquí está.
Es sólo una reflexión que me hago bastante a menudo. Y quiero compartirla con vosotras.
Porque creo que todas deberíamos recuperar a NUESTRA NIÑA, y dejar que brille en nosotras, cuanto más, mejor. Pues ella es la que nos va a dar alas, la que nos va a enseñar a volver a ser felices, a jugar y a sonreír mucho más de lo que lo hacemos ahora.

Creo que a alguien se le olvidó explicarme algunas cosas sobre lo que suponía hacerse mayor.

A alguien se le olvidó decirme que cuando eres mayor no puedes saltar en los charcos ni chuparte los dedos después de comer. Que ya no puedes hacer pompas en el cola cao y ni siquiera bebértelo con pajita.
Tampoco me dijeron que cuando creces tienes que vaciar tu mochila de cromos y juguetes para llenarla de obligaciones y responsabilidades. Y que pasas de sentir que la vida es un juego, a convertirte en un juguete más de la vida. 
Nadie me contó que se pierden tantas cosas en el camino, incluso pedazos de uno mismo. Vivimos mutilados, sí, pero ya es lo normal. Y quien se emociona con un amanecer, sueña despierto, camina descalzo, dice te quiero al vecino, cree en los finales felices, baila con los ojos cerrados o llora de alegría, está equivocado y tiene que hacerse mayor.
Nunca me dijeron que los mayores beben para escaparse en lugar de escaparse para beber. Ni que los abrazos se convierten en tres palmaditas en la espalda.
Nadie me habló de la muerte, ni del miedo a perder a quien amas. 
Jamás imaginé que el dinero sería el motor del mundo, ni que tendría que sacrificar mis sueños por poder pagar la vida mes a mes. Nunca la frase "hay que ganarse la vida" me había parecido tan triste como hoy.

Cuando era pequeña pensaba que todo era posible, que colorearía mi vida igual que coloreaba mis dibujos. Nadie me dijo que algunas veces ni siquiera podría escoger los colores.
Esa pequeña vive en mí, acurrucada y hecha un ovillo en un rincón. Siempre tiene los ojos llorosos y una medio sonrisa conforme. Me mira, desde lejos, despeinada, con las manos sucias y la boca llena de chocolate. Siento que está asustada, y que ya a penas me reconoce. Si ella supiera cuánto la echo de menos...



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